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Maple Leaf, el espíritu de Canadá convertido en moneda

La Maple Leaf se lanza de forma anual al mercado desde 1988 y su atractivo es su magnífico diseño y la calidad de los metales preciosos con la que se acuña

Animados por el éxito de la Krugerrand, la Royal Canadian Mint decidió en 1979 acuñar una moneda de inversión para acercarse al mercado de coleccionistas e inversionistas centrados en metales preciosos y así potenciar un sector que en el país no había echado raíces.

El éxito inicial de la Maple Leaf le llevó a producirse anualmente a partir de 1988 y a aumentar la pureza del 99,9% al 99,99%, convirtiéndose en la primera moneda con esas características de la historia. En 2007, ese estándar incluso pudo superarse con el 99,999%, es decir, que está acuñada en su práctica totalidad con oro, sin otros materiales añadidos. 

El oro utilizado en las monedas procede de las minas de la frontera de Canadá, de modo que su fabricación corresponde a una estrategia para reforzar un sector muy importante para la economía mundial.

La Maple Leaf cayó pronto en gracia en el mercado, haciéndose de las más populares, hasta el punto que llegaron a falsificarse miles y miles de copias para venderse en el mercado negro. Eso llevó a la Royal Mint a establecer una serie de medidas para prevenir su reproducción ilegal, como los micropatrones que hacían difícil al público en general diferenciar una original de una falsa y que solo los expertos tenían acceso.

La cultura canadiense llega a todo el planeta

Es una moneda que, al contar con el sello oficial del gobierno canadiense, es de circulación legal en el país. La intención del gobierno no era solo acercarse a una industria boyante y en constante crecimiento, sino también poder exportar motivos y símbolos de su cultura a todo el mundo: de ahí que el símbolo de la moneda sea la hoja de arce, el símbolo por experiencia de Canadá.

El diseño de todas las ediciones es prácticamente igual, salvo algunas excepciones y ediciones especiales: en la cruz, la hoja de arce; y en la cara, el rostro de la reina Isabel II, la única parte cuyo diseño ha ido cambiando conforme ha ido envejeciendo la monarca. Además, presenta otra característica única respecto a las monedas fabricadas en países de la monarquía anglosajona: el retrato de la soberana no aparece representado con una corona.

La exclusividad, la pureza y su magnífico recorrido histórico convierten a la hoja de arce en una de las monedas más importantes del mercado y una serie que no puede faltar en las reservas de los inversores y coleccionistas.

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